jueves, 29 de junio de 2023

Relatos de ciudad: Tercero

En un vagón semivacío (o semilleno, según como esté el estado de ánimo del observador), cuerpos sentados en los asientos. Entra una persona con un niño de unos ocho años. El hombre inquieto, el niño aún más. No para de moverse con el vaivén del metro, el hombre trata de estabilizarlo agarrado a la barra, el niño lanza sonidos mirando al vacío. Una mujer se levanta, mira al hombre y, con la mirada, le invita a ocupar su asiento, quedando dos espacios libres. El hombre se sienta, el niño a su lado, aún algo inquieto. Otra mujer le cede el asiento de enfrente, estaba ocupando dos y, al ver el movimiento de la primera, decide ocupar solo uno. La primera mujer se sienta, mirando, sin mirar, al niño inquieto. Saca del bolsillo de su mochila un spinner. Lo hace girar entres sus manos. El niño se queda atrapado en el movimiento del spinner. Ya no parece inquieto. Mira, sin mirar, el juguete dar vueltas en la mano de la mujer, que lo va haciendo girar sin pausa. 


El hombre se levanta dos paradas después. El niño no se mueve. La mujer para el spinner. El niño se mueve y acompaña al hombre, bajando del tren. El hombre mira a la mujer y dice gracias. La mujer, no mira al hombre, ni al niño. Sonríe. 


Relatos de ciudad: segundo

En un asiento de un vagón de metro a una hora cuando no hay demasiadas ni pocas personas. Un cuerpo pequeño con las piernas semiabiertas, ocupando su espacio delimitado por las líneas que marcan el asiento en la fila. 

Otro cuerpo más grande se sienta a su lado, con las piernas abiertas, ocupando su espacio más un trozo del espacio del cuerpo pequeño. Sus piernas se tocan, la pierna del cuerpo pequeño se incomoda con el contacto inesperado y se acerca a su igual, buscando consuelo. La persona que tiene ese cuerpo piensa en la injusticia del espacio y decide convencer a la pierna afectada para que no se deje perder. Vuelve a su posición original, las dos piernas desconocidas se tocan. La persona que tiene el cuerpo pequeño sigue pensando, porque ambas situaciones le causan incomodidad. Las líneas de los asientos marcan el límite entre uno y otro. Para eso están esas líneas. Si dos cuerpos ocupan los asientos, las líneas delimitan el espacio que le toca a cada uno. 


En ese instante las reglas del juego dejan de valer. No hay forma de que el cuerpo pequeño ocupe el espacio delimitado por su asiento sin sentirse incómodo. El sistema ha fallado.


Relatos de la ciudad: Primero

Vas caminando por el andén, sin prisa pero deprisa, por esa inercia que empuja en la ciudad a dar pasos rápidos. Con auriculares que te aíslan de los sonidos del interior del túnel, esquivas imaginando intermitentes, adelantamiento por la izquierda al grupo que se para, con maletas enormes, a mirar en qué dirección tienen que ir. Parón brusco, reconducido sin mucha dilación, evitando rozar a la señora mayor que junto a su marido intentan sentarse en una esquina a esperar que pasen aquellos que parecen ser empujados hacia delante (ellos ahora son empujados hacia otro lugar, ajenos al imaginario torrente de prisas). 

Tres grupos parecen dividirse al llegar a las escaleras. 

Uno, las personas que caminan por las escaleras; se divide en dos el espacio, uno para arriba, otro para abajo. Una marabunta de piernas subiendo y bajando. 


Dos, las personas que suben, quietas, en la escalera mecánica, dejando que sea ella la que las suban, deteniendo un momento el tiempo en el movimiento de sus cuerpos. 


Tres, las personas que suben, subiendo en las escaleras mecánicas, añadiendo al movimiento de su cuerpo el movimiento de las escaleras. 


Un acuerdo social dice que si vas por la derecha, puedes pararte, si vas por la izquierda, tienes que subir. Entonces está esa persona que se para a la izquierda de las escaleras mecánicas. No va acompañada, simplemente ha elegido la izquierda y se ha parado. 


Detrás de esa persona hay otra que se queda quieta con los ojos fijos en la nuca de la que se ha parado. 


Detrás hay más miradas, algunas de rabia, otras de prisa, otras de incomodidad y otras más de desconcierto. La parte izquierda de las escaleras mecánicas es para los que suben más deprisa que por las escaleras normales, que tienen más prisa o que la inercia de la vida de la ciudad los empuja más fuerte. 


En ese instante las reglas del juego dejan de valer. No hay forma de que ningún cuerpo pueda ir a la máxima velocidad que el andén permite para expulsarlos de sus entrañas. El sistema ha fallado.


Poder

"Ellos no saben que lo necesitan por eso tenemos que explicarles que existe"


Y así justifica una gran empresa que se dice humanista el porqué perseguir a las personas para que hagan algo que, en realidad, tú (como un tú genérico que tiene más que ver con la identificación a la empresa de sus empleados más leales que con un tú de sujeto) quieres que hagan para conseguir llegar a unos números que otros, más arriba (como concepto capitalista que habla de la abstracción del poder llamado “ellos”), dicen que tienes que conseguir para obtener a final de mes un sueldo con el que comprar tu vida dentro de una realidad con la cual te conformas. 


Una naturalización de la realidad algo perversa. Puesto que la llamada está a la altura de un comercial que vende un producto solo que, en esta ocasión, lo que hay detrás del producto son personas (o “beneficiarios” según el lenguaje de la misma empresa). 


¿Qué es lo que resulta tan incómodo? 


La posición de objeto en el cual colocas al otro y el producto que vendes. Cuanto más se acerca a algo que tiene que ver con un sujeto (¿y qué no tiene que ver con un sujeto?) más se tambalea Uno. Es una trampa redonda. 


Y uno podría hablar de ética pero después se da la vuelta para observar cómo algunos sujetos quieren etiquetas, recetas y pautas que solucionen su vida sin tener que hacer ningún esfuerzo, sin ponerse en juego, sin, en definitiva, responsabilizarse de nada... respondiendo bien a ese imperativo del goza disfrazado de un “nosotros tenemos lo que usted necesita”. ¿El capitalismo? Bien, gracias. 


El lugar de poder es algo que uno pone en el otro. No se tiene el poder. Se da, se autoriza, se con/cede. A veces posicionamos en el lugar de poder a otros, lo creemos como verdad y encontramos argumentos para sostenerlo así pero, ¿cómo se han construido esas ideas? ¿de qué manera se posiciona uno cuando es el otro el que “tiene” el poder?


Un lugar común es el silencio. Lugar que parece resultar cómodo a algunas mujeres y que otras utilizan como disfraz que a ratos incomoda, a ratos gozan pero siempre desde el posicionamiento de objeto. Objeto en el constructo del poder. Si el otro me puede, el sujeto es el otro. ¿Cómo voy a sujetarme?


Asumir la posición de sujeto pasa por tomar la palabra para hacerse cargo de ella. Por ser ese niño que grita “el emperador va desnudo”, si uno quiere o por incomodar un poco cuan bufón de la corte. Cuando uno es capaz de hacerse cargo de su propia posición se rompe ese Tener poder para pasar a algo que tiene más que ver con el autorizar, o no, a un otro. Pero el que lo autoriza es un sujeto, a otro sujeto. Mitad víctimas, mitad culpables, como todos. 


Además añadimos que si ese otro del poder tiene alguna coordenada, por casualidad o por audacia, del propio fantasma, todas las fichas encajan en un juego en el cual, sin duda, saldrá perdiendo algo de uno… que probablemente tomará la forma de angustia. 


Seamos un poco más como el bufón!


Pataleta postvacacional

Hace unos días escuchaba una conversación entre dos compañeros de trabajo a la vuelta de las vacaciones. Uno de ellos decía que le estaba siendo muy difícil la vuelta y que, imaginaba, esto se debía a que no le gustaba su trabajo, dando por hecho que si le gustase su trabajo le sería más fácil volver. A lo que su compañero contestaba que a él si le gustaba su trabajo, pero que le estaba siendo igual de difícil volver de las vacaciones.

Esta conversación me hizo pensar en qué se entiende por “gustarte tu trabajo” y cómo se pueden confundir las cosas si pensamos este gustar desde la perspectiva del deseo. No sé si es posible que te guste tu trabajo. Me pregunto si ese chico estaría haciendo lo que hace si no fuese por el sueldo a final de mes que le permite sobrevivir en una sociedad capitalista donde el producto, ese chico, tiene que producir sin parar. 


La historia es que ese chico trabajaba en un lugar, haciendo algo que no le gustaba y, años después, se “reinventó”, acabó otra carrera y actualmente se dedica a algo relacionado con esta nueva carrera. Claro, le gusta más que lo que hacía antes, pero, ¿le gusta? Trabaja para otro en un lugar donde las dinámicas se establecen en función de un sistema con el cual no está de acuerdo. Tiene que levantarse temprano y trabajar ocho horas todos los días. Quizás hay ratos en los que le divierte lo que hace, pero la mayor parte del tiempo tiene que hacer tareas burocráticas para que el sistema siga funcionando. 


Me parece que el “me gusta mi trabajo” que algunas personas recitan sin pararse a pensar lo que eso significa, tiene más de ficción que de verdad (como toda verdad, por otra parte). Y pensaba que un “me gusta mi trabajo” estaría más cerca si no hubiese tanta diferencia en cuanto al periodo de vacaciones.


Otra chica explicaba que ella en vacaciones pasaba horas leyendo y escribiendo sobre temas relacionados con su trabajo, por placer. Que le gustaba lo que hacía y que, si bien había algo alrededor de los horarios que le causaba molestia, la mayor parte del tiempo estaba bien en su trabajo y no era tan diferente esa sensación con el tiempo en el que estaba de vacaciones. Que ambos momentos podían ser igual de buenos para ella ya que no los comparaba como periodos separados sino como una continuidad que tenía que ver con hacerse cargo del lugar donde se iba situando en su vida. Que se hacía cargo de vivir en una sociedad en la cual el dinero era algo que necesitaba para sobrevivir y que si podía dedicar su tiempo a hacer lo que le gustaba le parecía justo recibir a cambio lo que esa sociedad impone como medio de subsistencia. 


Esta chica no existe. Me la he inventado. Es más un deseo de que exista alguien así. Pero estaría bien dejar de engañarse con un “me gusta mi trabajo” porque confunde bastante el deseo y nos convierte en buenos agentes productores del sistema… y claro, así las ruedas del capitalismo siguen girando!


lunes, 31 de octubre de 2022

Histeria corta

El basurero donde van las emociones diarias. Me desperté con esa idea en la cabeza y quise pasarla a los dedos. Así que me senté a escribir.

Un lugar donde van todos esos afectos que nos pasan y a veces sobrepasan, pero que no se hace nada con ellos más que dejarlos hacer marca en el cuerpo. Porque queramos o no, lo que sentimos nos hace marca en el cuerpo. Pregúntenle a un anciano y, si es algo lúcido, te podrá decir dónde le ha dolido cada uno de los episodios de la narración de su vida. 

Las historias marcan la carne. Era una de esas mañanas en las que habría sido mejor no haberse levantado de la cama. Y así hice, no me levanté de la cama. Siendo de noche de nuevo sentí cada músculo del cuerpo punzar, recordando que el soporte tiene que ser cuidado. Entonces tuve esa idea de que cuando te duelen las palabras, cuando la narración de la vida pesa, sufre el cuerpo. 

Lo que quiero decir es que hay mañanas en las que todas esas cosas que no van bien se te cruzan al mismo tiempo. Quizás tras una mala noche, quizás tras una difícil semana, quizás tras una sociedad capitalista que te convierte en objeto de consumo sin que sepas muy bien cómo tomarte el tiempo para sujetarte. O quizás se te han acabado las historias que contarte y la lucidez se va más del lado de lucifer que no de la luz. Eso son palabras. Y esas palabras afectan al cuerpo. Y ese cuerpo se queja. 

¿Es el cuerpo el basurero donde van las emociones diarias?


Y de postre: ¿alguna vez te has descubierto hablando contigo mismo, llamándote por tu nombre? “mira que eres tonta, (ponga aquí su nombre)”. Tenemos el cuerpo que se queja, el nombre por el que nos llamamos y la voz con la que nos narramos. Todo el mundo está en su mundo, y ya es bastante complicado. ¡Lo sorprendente es que nos encontremos.


jueves, 24 de marzo de 2022

Je, Moi, Tu

Lengua(je),(Legua(moi)) y Litera(tu)ra.


Primero hay un continuo que se recorta en el espejo, después ese continuo se lee a través del recorte. 

Todo indiferenciado, se recorta un Uno, se lee ese Todo a través del Uno - TU.


Lenguaje (universal) como la capacidad de comunicarse a través de sonidos u otros sistemas de signos. 

Lengua (social) como conjunto de signos usados para comunicarse.

Habla (individual) como acto de comunicación. 

El lenguaje mediante la lengua se habla. 


Se habla por el lenguaje la lengua.

Se individual por lo universal lo social.


Por el lenguaje con el habla se hace la lengua.

¿Por lo universal con lo individual se hace lo social?. 


Y un resto. 

Singular. Sinlugar.


Lengua como órgano muscular que sirve para deglutir y hacer sonidos.

Lenguaje como capacidad fisiológica de hacer servir la lengua. 

Sopa de letras.


Palabra.

Palabra como la unidad significativa de la lengua

Unidad lingüística, lingüística como ciencia del lenguaje.

Representación gráfica de los sonidos del habla.

 

Literatura.

Arte de la expresión de la palabra.

Sin resto.

Sin singular. Con lugar.


Y luego está Joyce, está Leiris… Y la lituraterra.