En un vagón semivacío (o semilleno, según como esté el estado de ánimo del observador), cuerpos sentados en los asientos. Entra una persona con un niño de unos ocho años. El hombre inquieto, el niño aún más. No para de moverse con el vaivén del metro, el hombre trata de estabilizarlo agarrado a la barra, el niño lanza sonidos mirando al vacío. Una mujer se levanta, mira al hombre y, con la mirada, le invita a ocupar su asiento, quedando dos espacios libres. El hombre se sienta, el niño a su lado, aún algo inquieto. Otra mujer le cede el asiento de enfrente, estaba ocupando dos y, al ver el movimiento de la primera, decide ocupar solo uno. La primera mujer se sienta, mirando, sin mirar, al niño inquieto. Saca del bolsillo de su mochila un spinner. Lo hace girar entres sus manos. El niño se queda atrapado en el movimiento del spinner. Ya no parece inquieto. Mira, sin mirar, el juguete dar vueltas en la mano de la mujer, que lo va haciendo girar sin pausa.
El hombre se levanta dos paradas después. El niño no se mueve. La mujer para el spinner. El niño se mueve y acompaña al hombre, bajando del tren. El hombre mira a la mujer y dice gracias. La mujer, no mira al hombre, ni al niño. Sonríe.